jueves, 11 de abril de 2013

El capítulo de Alice

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Esta imagen no me pertenece
Caía la noche y los colores que horas antes habían llenado el atardecer, ahora se volvían negro con avidez. La cálida brisa anunciaba que el verano estaba a punto de comenzar. A lo lejos, el dulce susurro de las olas del mar hacían eco contra el viejo acantilado que siglos atrás, había visto crecer al hermoso y antiguo pueblo de Sayén, el cual en los últimos tiempos se había convertido en uno de los lugares más codiciados que quizás habían surgido sobre la Tierra desde que el hombre colonizó las américas.

No muy lejos de allí, en la cima de una colina y sentada en el pequeño porche de la casa bicentenaria de su abuela, Alice había conseguido mantener la mente ocupada durante la jornada, ahora por primera vez en el día, nuestra protagonista se encontraba reflexionando sobre aquella carta.

Llevaba varios días dándole vueltas sobre qué hacer con ella, y hoy por fin, se había decidido.
Volvió a sacar del pequeño sobre moteado la carta que había escrito en papel maché para Christian. Con cuidado de que el viento no se la llevara, acercó el pequeño candelabro dorado que se encontraba en la pequeña mesa y comenzó a repasar las palabras que en un arrebato de sinceridad había escrito en ellas.


Mi querido Moray:

A veces, te echo de menos, pero hoy me ha parecido especialmente dolorosa esta distancia que nos acompaña, pues aunque el amigo tiempo ha de hacerme olvidar, esta espera aun me parece eterna. Cuento los días que pasan sin precedente y el tiempo más que ayudarme, me abruma.
Ahora mismo, aunque me encuentro sentada viendo al mar crecer y decrecer, casi puedo sentirte a mi lado mientras escribo estas líneas, y por un instante logro olvidar el dolor que el día a día reposa en mi corazón.
Sin embargo, aunque intento sobrevivir, cuando estoy a solas te llamo y cuando parece que este compañero mío llamado dolor no puede ser más grande, encuentra una manera de regresar a mí.
He de decirte que en las noches siempre me persigue el mismo sueño en la que una niebla se expande y lo cubre todo, donde tu ser emerge de la nada hacia mí y con  mirada triste me persigues. Entretanto yo desesperada, anhelo ir contigo pero tú única respuesta es negar con la cabeza pues los dos sabemos que esto es imposible.
Acorralada por estos sueños, despierto cada noche abrumada buscando un significado a tus gestos, a mis actos, sin embargo, cada mañana me reprimo a mi misma por desearte, por pensarte, por llamarte, pues sin tenerte entre mis brazos siento como un terrible vacío comienza a llenar mi alma.
He de decirte, que muchas veces me sorprendo a mi misma buscando tu rostro entre la multitud del día a día, y que tan solo oír mencionar tu nombre hace que por un instante mi corazón de un vuelvo, un vuelvo al que le precede un intenso dolor.
He contado los días desde nuestro adiós, y hoy ya ha pasado un año desde que tomé aquella decisión. Ahora ya es muy tarde para mirar a los errores de nuestro pasado,  y aunque me cueste trabajo hallar las palabras, no puedo evitar tener la sensación de que este es el momento de revelarte.
Irónicamente, en aquel momento y por alguna extraña razón, el corazón me decía que había sucumbido a tus palabras, a tus encantos y a tus mentiras. Mi razón, por aquel entonces, no encontraba posibles para completar ese sendero que me quedaba por  delante. Las ideas me daban vuelta hasta que la noche caía y los sueños en los que tú te manifestabas me atormentaban.
Como siempre, tu imagen me perturbaba y el seguir viéndote era un imposible. Al tiempo de ver cuánto me ignorabas, me di cuenta de que para dejar de sufrir y poder protegerme debía admitir todo esto que sentía. Me había equivocado al querer envenenar lo que estaba claro en mi corazón: te amaba y al parecer eras lo que más había deseado en mi vida.
Ahora, mientras escribo estas palabras, me abruma la aceptación de estos sentimientos, pues aun recuerdo como en las noches lloro por lo que pudo haber sido y no fue. Sin embargo, aunque al principio pensé que de alguna manera el destino nos había unido para que me ayudaras a superar mis temores, ahora un año después creo que es al revés.
Aunque he comenzado esta carta con miedo, he de decirte que a medida que he ido llenando estas líneas ha ido desapareciendo esta pena que al principio me abrumaba, pues he comprendido que aunque no nos volvamos a ver siempre habrá una parte de mí que te estará agradecida por enseñarme a ser quien soy.
Por siempre agradecida
Alice.

Después de haber leído la carta, Alice la guardó en el sobre y comenzó a darle vueltas. Tras un largo periodo en silencio, comprendió que ya no podía retrasarse más, cogió el candelabro y la carta y cuando se disponía a levantarse, una ráfaga de aire la envolvió completamente. Fue justo en ese instante, que una inmensa sensación de libertad y gozo la llenó por completo haciendo que nuestra protagonista se diese cuenta de lo valioso que era que era para ella nuestro viejo amigo llamado tiempo.